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Viernes, 03 Abril 2020

2 de abril: Día del Veterano y de los caídos en la guerra de Malvinas. Entrevista al investigador Darío G. Barriera

El 2 de abril se conmemora en Argentina el Día del Veterano y de los caídos en la guerra de Malvinas y nos recuerda aquel combate desigual que enfrentó a Argentina con Gran Bretaña. Conocemos el desenlace, y lo cruel que resultó para los jóvenes combatientes argentinos y sus familias.

En el mundo académico argentino hay una gran cantidad de historiadores e historiadoras, antropólogos y antropólogas, sociólogos y sociólogas y politólogos y politólogas que se ocupan de la guerra de Malvinas que tuvo lugar en el año 1982, de sus causas, consecuencias y de sus diferentes registros. Sin embargo, otros impulsan investigaciones que tratan de mostrar que la historia de las islas no se reduce a este único momento, tan importante y traumático para nuestro país. En nuestro Instituto, el ISHIR, revista uno de los investigadores que estudia uno de los momentos clave de la historia del archipiélago: su aparición en discusiones cortesanas y en conflictos bélicos que se dieron en el siglo XVIII. Se trata de Darío G. Barriera, Investigador Principal de CONICET en el ISHIR, Profesor Titular de Historia de América Colonial en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y director del Programa MyAS Malvinas y Atlántico Sur de la UNR.

¿Cuándo y por qué Malvinas se volvió un territorio valioso para las grandes potencias mundiales?
A pesar de su presencia en muchos mapas de los siglos XVI y XVII, podríamos decir que “salen en la foto” de la denominada primera globalización, hasta la década de 1740/1750 el archipiélago malvinense y las islas del Atlántico Sur eran parte de las regiones que estaban por fuera del mundo empíricamente conocido, visitado y experimentado.

El archipiélago tiene dos islas principales, pero está compuesto por más de doscientas. Los avistajes durante el Piri Reis [1513] – Mapa sobre cuero de gacela (Museo Topkapi Sarayi, Estambul). Abajo, al centro, puede verse un archipiélago frente a las costas de Tierra del Fuego. La hipótesis es que se trata de las Islas Malvinas.

siglo XVI fueron múltiples y los más célebres son el primero y el último de ese siglo. En 1504 las divisó Américo Vespucio, cuyo informe es el que se vuelca en los mapas y en el último año de ese siglo, en el 1600, la expedición de Seebald de Weert, un marino neerlandés vinculado con la flamante Compañía de las Indias Orientales, avistó las islas que están al noroeste del mismo. Por eso, aunque no tocó tierra en las islas, durante muchos años se las llamó Islas de Seebald o sebaldinas.

La mundialización las incorporó primero literaria y cartográficamente, pero su entrada en la órbita del interés de los grandes imperios marítimos apareció recién a mediados del siglo XVIII, cuando la automatización de procesos en la industria textil presionó a las flotas mercantiles británicas y las de sus socios –entre los cuales el más importante era el gobierno inglés– para controlar la mayor cantidad de conexiones físicas en todo el globo.

Pero los territorios eran españoles, ¿No es así?
Efectivamente, los territorios pertenecían a la corona española, pero fuertes intereses representados en la Compañía de las Indias Orientales (Amsterdam) contrataron a Hugo Grocio para elaborar justificaciones jurídicas (la del mare liberum, de la libertad de los mares, es la más conocida) que pusieran en tela de juicio esa soberanía. Después de la firma de la paz de Utrecht (en 1713), donde las monarquías española y francesa habían cedido mucho territorio a la inglesa en el Caribe y en lo que hoy es territorio canadiense y estadounidense, fue volviéndose cada vez más evidente que Inglaterra había salido mal parada. No porque hubiera obtenido poco, al contrario, sino porque su negocio no era la paz, sino la guerra: la oposición parlamentaria al gobierno inglés (operada por grandes mercaderes) presionó de manera decisiva para precipitar una nueva guerra, lo cual permitiría a las embarcaciones inglesas manejarse en un contexto que justificaba lo que, en tiempos de paz, no eran sino actos de pillaje. Así fue que se precipitó primero la Guerra del Asiento (para los ingleses, Guerra de la oreja de Jenkins, 1739 y 1748) y más tarde, la Guerra de los siete años, que está muy conectada con esta.

¿Qué tiene que ver esto con Malvinas? Mucho. Durante este período se financió el viaje de George Anson que, además de circunnavegar el mundo, es célebre por haber capturado el mayor tesoro español de todos los tiempos: un barco que llevaba casi dos millones de pesos en plata desde Acapulco a Manila. En 1744 Anson advirtió al gobierno inglés sobre la importancia estratégica del archipiélago malvinense y, si el mismo no fue invadido en 1749 (como se estaba preparando) fue por las protestas diplomáticas que presentó el embajador español en Inglaterra durante ese momento, Ricardo Wall.

¿Cómo fue su ocupación, entonces? ¿Y qué tenían de especial esas islas para que interesaran tanto a otras potencias europeas del momento?
Hablemos de ocupación y de invasión. Lo primero porque ninguno de los ocupantes encontró población nativa. Pero lo segundo porque los justos títulos, valor de las bulas papales que habían repartido la soberanía sobre los territorios por conquistar en 1493, respaldaban que ese archipiélago pertenecía a los reyes de España –por herencia de la concesión hecha a los reyes católicos. Lanzados al mar los imperios (esto es, grandes empresarios que hacían sociedad y negocio gracias a que muchos controlaban puestos clave de los gobiernos de las monarquías colonialistas más fuertes), los primeros en ocuparla fueron los de la Compañía de Saint Malo para Francia, quienes se instalaron en la bahía de la Soledad, al este de la isla que hoy lleva ese nombre, en 1764. Al año siguiente, en el otro extremo del archipiélago (al abrigo de las islitas de Sounders) se instaló furtivamente un pequeño asentamiento inglés que utilizaba el lugar como había sugerido Anson, de punto de apoyo antes de cruzar el Estrecho de Magallanes para alcanzar el objetivo mayor: arrebatar a la monarquía española el control de las costas del Pacífico sobre Chile y Perú.

Las monarquías de Francia y España estaban gobernadas por la misma familia (Borbón) y habían firmado ya tres pactos de apoyo y colaboración mutua. De ellos se deriva la rápida entrega del establecimiento y colonia de Port Saint-Louis (así había llamado su fundador, Louis Antoine de Bougainville, en honor a Luis XV) al noreste de la hoy llamada isla de la Soledad y, después de muchas deliberaciones, Carlos III resolvió enviar un gobernador para que se ocupe de hacer prosperar el asentamiento pero, sobre todo, de evitar cualquier otro tipo de navegación por esas aguas y de expulsar el asentamiento inglés reconocido en Puerto Egmont –al noroeste de la hoy llamada Gran Malvina–.

Entonces, una región del mundo incluida dentro de los dominios españoles que hasta 1750 había sido parte de los confines de un mundo por conocer, experimentó una conversión radical y se volvió un escenario de conflicto. En las islas no había madera, y eso dificultaba mucho su colonización. Antes de que terminara el siglo XVIII, los volúmenes de extracción de aceite y cueros de lobo marino asombran. También había comenzado la caza de ballenas y se hicieron indiscriminadas cazas de pingüino. La pesca, como parece evidente, era variada y generosa.


Plano de las Islas Malvinas, Felipe Ruiz Puente (1768). Archivo General de Indias (Sevilla, España)

¿Qué pasaba con las cuestiones geográficas? ¿Por qué Inglaterra reclamaba tierras que estaban tan alejadas de su territorio?
En realidad para esta época Inglaterra no reclamaba todo el archipiélago, no reclamaba ninguna exclusividad. Lo que hacía la corona Inglesa era bastante más sencillo: autorizaba viajes, acordaba objetivos y una vez ocupado un pequeño punto, lo que hacía luego era defenderlo diplomáticamente como una posesión legal pidiendo que se respetara ese asentamiento en particular. Pero como adelanté, el negocio inglés no era la paz, sino la guerra, puesto que la capacidad armada que tenían los ingleses volcada al agua era insuperable, así como era débil para imponerse en tierra. Entonces ese juego de instalación, negociación, provocación y guerra formaba parte no de una provocación particular para el caso, sino de un ejercicio práctico del saqueo, del pillaje, del contrabando y toda una serie de mecanismos de fuerza con los cuales estos grandes traficantes crearon una realpolitik de los intercambios a escala mundial. Malvinas les interesaba quizás un poco menos que el Caribe y Filipinas, pero formaba parte de una red de puntos en el globo que, como la isla Juan Fernández en el Pacífico sur, la de Nootka en el Pacífico norte, la Tristán de Acuña, en medio del Atlántico o el gran archipiélago de Oceanía –que por esos años fue explorado por el capitán Cook– Inglaterra se había propuesto conectar ocupando puertos, sencillamente porque era el poder político, comercial y militar mejor preparado para hacer funcionar una economía mundial y sacar provecho de ella.

Hoy en día ¿cuál es la situación de Malvinas? ¿Pensás que existe para Argentina alguna posibilidad de reclamar el territorio?
Hay un salto muy grande entre el período que yo estudio y el objeto de esta pregunta, voy a tratar de salvarlo rápidamente. La situación actual es heredera de una invasión inglesa (otra más) de enero de 1833. Para entonces, Malvinas tampoco era tierra de nadie, sino que, por los principios entonces vigentes del uti possidetis iuris, había quedado comprendida dentro de los territorios de las Repúblicas Unidas de Sud América bajo la forma de una comandancia general dependiente del Superior Gobierno de Buenos Aires. A partir de entonces, los reclamos de las diferentes autoridades soberanas que precedieron a la conformación de la República Argentina y, luego, de ésta, no cesaron. Esto es algo de lo que se ocupan los equipos diplomáticos que tienen los gobiernos de los países, y en este sentido, de nuestro lado parece claro que hubo avances y retrocesos.

Leo habitualmente los trabajos de especialistas y entre 2015 y 2019 se puede hablar de un relajamiento o de una franca regresión en esta materia. En lo que concierne a la tarea diplomática que deben realizar los gobiernos argentinos, la rehabilitación de la Oficina Malvinas en Cancillería es un gesto claro del gobierno del Dr. Alberto Fernández, que en su discurso de asunción presidencial fijó el reclamo soberano sobre Malvinas no solo como una meta de gobierno sino como una política de Estado.

Respecto del contexto internacional, la cosa es mucho más complicada. Por una parte, es cierto que el colonialismo del siglo XIX parece herido de muerte y que casos como el de Malvinas constituyen excrecencias de otro mundo. Sin embargo, con todas las resoluciones de ONU a favor de Argentina en muchos sentidos (aún teniendo en cuenta, por supuesto, que existe allí una población a la que hay que escuchar y contemplar) no ha habido ninguna autoridad de aplicación que garantice su cumplimiento y, para agravar la situación, Gran Bretaña ha avanzado sobre el espacio marítimo y ha conseguido permisos de explotación de recursos no solo allí donde había una soberanía en disputa, sino también donde nuestra soberanía no está discutida. Por último, creo que la coyuntura del Brexit (y no dejaría de lado lo imprevisible en materia de economía, finanzas y política que nos aguarda al final de la gestión de la actual pandemia de COVID-19) abre una puerta interesante para avanzar con muchas ideas que se vienen trabajando dese hace años, que son bastante más refinadas que un burdo pedido de “devolución” de las islas, como si se tratara de un objeto.

En resumen te diría que, en una coyuntura con estos y otros elementos que por espacio no puedo listar, me parece que las perspectivas para negociar hoy son muy buenas –mucho mejores que entre 2015 y 2019 pero todavía no tanto como antes del 1 de abril de 1982–.

Contanos sobre tu proyecto de investigación y sobre el Programa Malvinas.
Lo que yo estudio está bastante ligado a lo que te conté al comienzo, es decir, el ingreso de Malvinas en las disputas interimperiales. El objetivo es recolocar la historia del archipiélago en una agenda internacional de historia regional (que es tributaria de la historia global y de las historias conectadas), porque sin esto caeríamos en el error de hacer una historia parroquiana, solo para consumo interno y complaciente. Tenemos que trabajar con estándares altos y realizar una investigación que sirva para ese consumo interno, para la cuestión escolar, si se puede decir así, pero que también resista el control de calidad de las grandes palestras, que dé cuentas de procesos que se discuten hoy de manera científica en todo un universo académico que está internacionalizado y es muy exigente. Sin embargo esto es apenas un puntito del programa, que va mucho más allá.

El programa que dirijo se denomina MyAS, Malvinas y Atlántico Sur y está radicado en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario e involucra a muchos investigadores de CONICET y de otras universidades, tanto nacionales como extranjeras, pero también a estudiantes y a organizaciones civiles, porque se trata de un programa que no se agota en la investigación, sino que tiene otras dos patas –la docencia y la transferencia a la comunidad– con el propósito de generar puentes de comunicación entre diferentes actores sociales y diferentes generaciones. Nació de una constatación: en nuestra Facultad, donde se cursan todas las carreras humanísticas, no existía ningún espacio académico vinculado con el pasado, el presente y el futuro de las Islas. Llevé la inquietud de hacer una Cátedra Malvinas al decano Alejandro Vila y fue él mismo quien me impulsó a que elaborara todo el programa, de manera de sumar un espacio curricular, la asignatura se dictará en el segundo cuatrimestre, pero también de abrir espacios para conectar el resto de las preocupaciones que le describía y que, claramente, excedían el espacio de una cátedra.

Entre las cosas que se suspendieron por la pandemia se postergaron dos actividades de del Programa para este año. Para la primera habían confirmado su presencia el titular de la Oficina Malvinas, embajador Daniel Filmus y el Dr. Federico Lorenz, además de las autoridades de nuestra Facultad y de la Universidad. La segunda se trata de un taller gestionado por estudiantes avanzados y jóvenes profesores para trabajar sobre el modo en que se enseña Malvinas en las aulas de las escuelas secundarias. Veremos cuándo puede concretarse todo esto.

El propósito del programa es, como te decía, tender puentes entre actores y generaciones, pero también entre temas: si hacés una encuesta callejera, y preguntás a cualquier argentino/a qué quiere decir para él Malvinas, la mayoría de encuestados va a responder con algo vinculado con la guerra de 1982. Esto es normal. Pero tenemos que trabajar sobre esa normalidad porque si no hay muchas cosas que no tienen sentido: después de un efectivo proceso de “desmalvinización” de la sociedad (donde algunos comunicadores interesados e intelectuales genuinamente convencidos afianzaron la idea según la cual las Islas son caras, inútiles o, sencillamente, ajenas y punto) cualquier intento de “remalvinización” no puede basarse en voluntarismos ingenuos ni apoyarse solamente en los temas relativos a la guerra. Reinstalar la idea según la cual Malvinas puede ser parte de muchos temas en varias agendas historiográficas es una pequeña (pero insoslayable) tarea para reinstalar los muchos temas y períodos que hacen a la historia de Malvinas en la discusión de todos los días, en lo que se llama el discurso social ordinario.

¿Qué reflexión podés hacer, de todos modos, sobre los veteranos de Malvinas en su día?
El hecho de que la guerra de 1982 la iniciara la dictadura que llevó adelante el autodenominado “Proceso”, la misma que cometió crímenes de lesa humanidad, no ayuda mucho a examinar el problema. Pero el bien ganado desprestigio de aquella dictadura (cuya conducción fue militar, pero que gozó de partícipes necesarios en el sector civil, empresarial y eclesiástico) de ninguna manera puede transmitirse, como un virus, a quienes le pusieron el cuerpo al conflicto bélico. Y en esto incluyo no solamente a los conscriptos, sino también a oficiales y suboficiales que combatieron en esa guerra.

Los veteranos y las veteranas de Malvinas –y sus familias, y sus hijos e hijas, que pronto serán una de las pocas memorias directas sobre el traumático testimonio de sus padres y madres– son un conjunto y un actor social que no solamente sufrió en el terreno una experiencia que para la mayoría de nosotros es, por fortuna, absolutamente extraña, sino que experimentó luego una doble o triple victimización, porque recibieron maltrato o desidia oficial (y ciudadana), lo que por supuesto agravó la condición traumática de la experiencia. Estas personas merecen no solamente todo nuestro respeto sino que además reclaman nuestra atención: son portadores de una experiencia que nos puede enseñar mucho sobre nosotros y sobre los otros, sobre cómo pensamos que somos y sobre lo que queremos ser. También una reparación que, desde el punto de vista de los propios actores, no se salda solamente con una compensación económica.

Entrevista: Ana Paradiso.