Ciencia en la vida de todos
Martes, 24 Septiembre 2019
CIENCIA EN LA VIDA DE TODOS

La cocina: una puerta a la vida de Leticia Cossettini

Micaela Pellegrini Malpiedi, Paula Caldo, Guillermo Ferragutti y Carlos Eduardo Saltzmann Micaela Pellegrini Malpiedi, Paula Caldo, Guillermo Ferragutti y Carlos Eduardo Saltzmann

Científicas del ISHIR publicaron un libro que realizaron a partir del encuentro y el estudio de un objeto único: el cuaderno de anotaciones de recetas de cocina de Leticia Cossettini.

Paula Caldo, investigadora del CONICET, junto a la becaria Micaela Pellegrini Malpiedi, que se desempeñan en Investigaciones Socio-Históricas Regionales (ISHIR, CONICET-UNR) son las autoras del libro “El manuscrito culinario de Leticia Cossettini”, que editó Casagrande y  en el que también trabajó Guillermo Ferragutti, profesional de apoyo a la investigación del CONICET. El libro surgió a partir de la generosidad del profesor Carlos Eduardo Saltzmann, ex alumno de Leticia, quien recibió el cuaderno de recetas cuando ella murió y lo compartió con las científicas.

Las hermanas Cossettini, Olga (1898- 1987) y Leticia (1904-2004) fueron maestras y pedagogas argentinas, hijas de inmigrantes italianos. Se destacaron por haber llevado a cabo un proyecto educativo innovador llamado “Escuela Serena” que transformó la escuela tradicional y se basó en fomentar la independencia, la creatividad y la libertad de los niños en el aula. La Escuela Serena se desarrolló en Rosario desde el año 1935 al 1950 y estaba adherida el movimiento escolanovista. La influencia de su modo de educar trascendió épocas y fronteras: hoy en día siguen apareciendo relatos que hablan de la tan importante labor que las hermanas Cossettini han realizado.

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Leticia en la escuela, Leticia en la cocina

Micaela Pellegrini Malpiedi es profesora y licenciada en historia por la UNR. En su tesis de doctorado estudia las prácticas pedagógicas de Leticia Cossettini y en el marco este trabajo visitó el Archivo Cossettini del IRICE y además se interesó por indagar otras huellas de Leticia. “Me encontré con Armando Sarrabayrouse, ex alumno de Leticia, fui a Rafaela y a San Jorge y en ese trabajo de búsqueda también me encontré con Carlos Saltzmann. El me facilitó el cuaderno y muchas otras fuentes de Leticia. Cuando estuve frente al cuaderno, reconocí la letra inconfundible de Leticia, con la cual estaba familiarizada a partir de haber transcripto los diarios de clase de Leticia conservados en el Archivo de IRICE”, narra Pellegrini Malpiedi.

“Si bien el objeto estaba muy vinculado a mí, en cuanto se trataba de Leticia, de sus prácticas, era también muy cercano a mi directora, que es Paula, porque ella tiene una larga trayectoria con respecto a la historia de las mujeres, la escritura culinaria, entonces me pareció que era la persona indicada para ayudarme a saber cómo interpretar este objeto y darle el valor que se merecía. Ahí empezamos juntas un trabajo continuo”, señala la becaria.

Escribir recetas

“Estamos acostumbradas a leer a Leticia en clave de maestra, incluso siempre situada en un recorte temporal entre los años 30 y los 50. De repente apareció este texto de cocina de los años 80, que tiene la particularidad de que las recetas estaban compiladas, apuntadas, por alguien que está aprendiendo, eso es lo fascinante que tiene este texto: da la idea de que ella copiaba las recetas y después volvía a ellas y hacía anotaciones, intervenciones que muestran que hay alguien que está trabajando ese material”, explica Caldo.

“En el modo en cómo escribe se pueden advertir la idea de que ella está aprendiendo a cocinar. Hay un lenguaje que aparece cuando Leticia escribe ´lluvias de azúcar sobre la harina`. Acá aparece el gesto de alguien cuya subjetividad se constituye escribiendo, lo que hace luego aparezca replicado en todas las escenas de la vida. Hay un constante anotar para aprender y resignificar lo que está haciendo, y una ahí ve a alguien que era maestra y aprendiz. Ahí surge la pregunta ¿por qué una maestra escribe lo que hace? hay un saber que está establecido pero además hay un saber que se reconfigura con lo imponderable de la acción, de eso que hacemos con otros y sobre otros”, explica Caldo.

La acción, la práctica, lo imponderable. “Se transforma constantemente. Si no se transforma el proyecto educativo fracasa”, agrega Carlos. “Y la cocina también. Cambian los comensales, los ingredientes, los contextos”, responde Paula.

Mujeres, historiografía y las marcas de Leticia

El manuscrito transformado en libro, como indica Caldo, tiene dos motivos que lo hacen destacarse: “Estos trabajos que recuperan saberes sirven para hablar de un mismo compromiso de Leticia, en ciertas prácticas que no son pedagógicas, pero también sirven para que otras mujeres se vean en espejo y puedan decir: yo también llevo una nota de recetas. Sirve para poner en valor un saber que las mujeres, en su mayoría tienen, y que no se aprecian a partir de ello. Es una práctica que sitúa a Leticia en un colectivo de mujeres pero que también lo pone en valor. Son mujeres alfabetizadas, son mujeres comprometidas con un hacer, son mujeres que sostienen lo más íntimo de la familia: si la familia no come se muere. Por eso es importante que este texto se conozca y que se conozca la dedicación que esta mujer puso a las recetas”.

La investigadora explica que el libro además, suma en términos historiográficos, en el sentido de que, a partir de tomar una cantidad de recetas de cocina es posible empezar a hablar: de la vida de las mujeres, de los saberes domésticos, de qué es el saber culinario, de la industria, de la tecnificación del hogar, de las transformaciones de las prácticas históricas. “Leticia pone las marcas, el poner las marcas es un dato que te está invitando a buscar de qué se trata. ¿Qué consumía una mujer que estaba en la cocina? ¿Qué comían las mujeres? Porque esta era una familia femenina, en esa casa no había figuras masculinas, apuntaba a una sociabilidad de una mujer que era muy sociable, pero quizás no tenía tanto almuerzo o cena, era sociabilidad de tardes de té.  Había una cantidad de recetas dulces, de tartas, de galletitas. También era una época donde lo frito no está, es una cocina con mucho horno, más saludable”.

“El cuaderno nos permite una entrada para reconstruir la subjetividad de Leticia, desde la letra desprolija, las tachaduras, su rebeldía en cuanto a la utilización de márgenes, la intervención de recetas de otras personas que ella escribió. Leticia, que no había cocinado hasta que no tuvo la urgencia de hacerlo, su personalidad, activa, creativa, le hacía transformar esa receta en lo que ella consideraba mejor”, señala Pellegrini Malpiedi.

Carlos, el alumno, el amigo y el cuidador de la memoria de Leticia

Carlos Eduardo Saltzmann tiene 88 años. Fue alumno en la Escuela “Dr. Gabriel Carrasco” de Alberdi y los últimos tres años de su educación primaria tuvo como maestra a Leticia Cossettini (1904-2004), reconocida maestra santafesina, hermana de Olga, distinguida maestra y pedagoga santafesina creadora del proyecto Escuela Serena.Interior cossettinicopia

Además de ser ex alumno de Leticia, conserva muchos recuerdos de la amistad que compartió con ambas hermanas, hasta el final de sus vidas. “Haber sido alumno de Leticia fue una marca indeleble y orientadora, sin duda alguna, a lo largo de toda mi vida. La figura de Leticia, todos los días en el aula, era algo impactante”, señala Saltzmann.

“Cuando murieron, primero Olga y mucho tiempo después, Leticia, Chela, la sobrina de Leticia, vino a ocuparse de la casa. A Norberto Sarrabayrouse, que fue alumno de la escuela y amigo de ellas, y a mí, Chela nos reservó a cada uno un cuadro, y otros objetos, y cuando fui a buscarlos, también me dio este cuaderno”, indica Carlos.

Las fuentes y su conservación

El manuscrito de cocina de Leticia fue digitalizado por el licenciado Guillermo Ferragutti, para poder ser luego estudiado y preservar el original. “La tarea de digitalización tuvo algunos desafíos, en particular por el soporte: un cuaderno Rivadavia, con muchos recortes, con hojas sueltas, la cuestión era preservar la integridad del material y poder digitalizarlo lo mejor posible. Esperamos ahora trabajar con los otros materiales que Carlos Eduardo tiene y que prometen ser interesantes” indica Ferragutti y agrega “La digitalización permite que el original se preserve y el archivo digitalizado se pueda guardar y consultar. Es una estrategia de preservación más”.

“Yo tengo una deuda imborrable con mis abuelos, con mis progenitores y con muchos amigos, pero con las Cossettini tengo una deuda fundamental que ha afectado todo el transcurso de mi vida, a veces de modo más evidente y otros de modos que solamente yo he sabido registrar. Ha sido una fortuna enorme para mí haber podido compartir tantos beneficios con las hermanas Cossettini”, manifiesta, emocionado, Carlos.

 

Por Ana Paradiso
CONICET Rosario